Origen de la deficiencia estatal dominicana

Ninguna entidad con labores específicas a cargo que desarrollar puede ser eficiente, si no dispone, o cuenta de manera oportuna, con el personal apto requerido. Cuando su principal recurso no ha sido seleccionado previamente, y designado luego en las funciones respectivas, de acuerdo con las técnicas que rigen en la importante disciplina profesional inherente a esa área.

 

Es lo que de ordinario viene ocurriendo con muchas instituciones estatales nuestra, que son nutridas con recursos humanos provenientes del banco de datos de la política nacional, y del clientelismo referente a la misma; por lo que, de lo que menos se puede hablar con respecto a ellas, es de eficiencia laboral alguna, con claros efectos negativos, que se transfieren hasta todo el conjunto del aparato gubernativo nacional.

 

Las designaciones en los puestos públicos se hacen aquí, al margen de los requisitos que, en términos de las aptitudes, capacidad probada, experiencia, y niveles académicos cursados demanden las posiciones. Lo único que importa, en la mayoría de los casos, son las adhesiones e influencias de carácter político, y ¡nada más!

 

Por eso, la instituciones estatales nuestras, con muy raras excepciones, andan de mal en peor; cuando no es que son,  inoperantes por completo.  A veces se encuentran hasta acéfalas podría decirse, con ministros, directores o encargados, que a penas saben leer y escribir; o que, la profesión que han ejercido dista bastante de las atribuciones que sin reparo alguno se ponen en sus manos.

 

En este país se ha dado el caso, hasta de tener un médico de profesión a cargo de la otrora Secretaria de Estado de Finanzas, hoy Ministerio de Hacienda, entre otros incumbentes no adecuados para tan importante posición. Al igual que, dirigiendo el organismo que tiene que ver con la preservación  y el control de los bienes estatales. Esos, a manera de ejemplo. ¡Nuestros políticos son especiales!

 

Entonces, cualquiera algo estudiado o leído, reflexionando sobre el particular de que se trata, concluiría preguntándose, ¿por qué los políticos que nos gastamos los dominicanos, que logran alcanzar la primera magistratura del Estado, si realmente van a esa alta posición con el propósito firme de servir al país desde allí, no procuran el concurso de gente realmente calificada para desempeñar las funciones estatales, en todos sus estamentos base?

 

Es obvio que, el no hacerlo así, luce  indicar como que ese no es el objetivo verdadero en sus mentes. Pues, ¿cómo puede ayudar el que no sabe, inventando fuera del área de ejercicio acostumbrado, o sin tener preparación alguna?

 

¿Cuál es la razón para no designar en los cargos públicos a personas aptas, y dejar de estar buscándoles puestos a los correleginarios políticos, sólo por esa condición, contrario a lo que prescriben las técnicas de una efectiva administración de recursos humanos, sin importar que sea estatal?

 

Por no observarse lo que en realidad se debe hacer en tal sentido, es por lo que se verifica ese desorden mayúsculo, y las tantas deficiencias estatales que de ordinario se estilan, amén de la desconfianza que se genera en torno a los políticos que logran alcanzar el poder en la República Dominicana.

 

Este país dispone de una cantera de muy buenos profesionales en las diversas disciplinas del saber, que bien deberían ser tomados en consideración para el desempeño de muchos cargos públicos, al margen de las parcelas políticas a las cuales pertenezcan, y que ayudarían, por supuesto, a resolver los diversos problemas nacionales.

 

Claro, sin que intervengan la politiquería de los favoritismos, los padrinazgos y las reciprocidades electorales, que son las cosas que siempre prevalecen para los nombramientos de los componentes del funcionariado gubernamental, tan pronto concluye un periodo electivo, y se inicia una nueva gestión de gobierno.

 

 

Rolando Fernández

 

 

 

 

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