En el marco de nuestra ignorancia consciente, “saber, sin saber nada”, como de las informaciones logradas a partir de las páginas de algunos libros que hemos podido leer, incluso sobre temáticas esotéricas de gran profundidad, amén de la experiencia docente a nivel universitario que tenemos, siempre hemos entendido que, ¡no hay preguntas tontas! Además, esa es una concepción de amplio consenso, según creemos, que nos avala en el pensar de esa forma.
Sí hay interrogantes mal formuladas inocentemente, por incapacidad; aunque a veces, ex profeso de tal forma, no cabe duda, con fines premeditados. Cuando no, elaboradas con cierta necedad implícita, por estar dirigidas hacia algún propósito en especial. También insulsas, y hasta irracionales a adrede en ocasiones, nada más que para tratar de confundir, y fastidiar, podría decirse. ¿Pero tontas?, tan difícil que, sin temor a equivoco, cualquiera diría que jamás.
Ahora, todo el que osa preguntar, “en buena lid”, normalmente, quiere satisfacer alguna inquietud; obtener una respuesta sobre algo que desconoce y quiere saber, por lo que hace provecho de la persona que entiende más indicada para inquirirle.
Lo que ocurre es que, en muchos casos, el problema radica en que, no se sabe como preparar adecuadamente una determinada pregunta, aun medie la buenas intención, de forma tal que el interlocutor oyente entienda la interrogante, y se le haga fácil contestar, razón por la que algunas veces se califican como tontas o estúpidas, pero en el fondo no es así. Siempre tienen algún sentido, con muy raras excepciones claro – que son las que confirman la regla -, y por supuesto, se puede buscar la forma de responderlas.
Ahora, es como decía el Budhha Gautama (Siddhartha) a sus discípulos, “que habían preguntas que se contestaban con otra pregunta”; que entendemos nosotros, es para aclarar la inquietud planteada, no comprendida; o, porque en la misma está contenida la respuesta necesaria.
También que, “se producían interrogantes que no se contestaban, por más de una razón atendible”; y otras, “que carecían de respuesta en el marco de la mente humana”, por sus intríngulis muy singulares, entre otras cosas, agregaríamos nosotros.
El tema viene a colación, a raíz de una serie de interrogantes que expone un connotado periodista local, y director de un medio escrito de comunicación, en su columna “Mis Buenos Días”, bajo el título de: “Preguntas sin respuestas”, que en principio él las considera “como no tan tontas”, ya que nadie, según dice, puede contestarlas satisfactoriamente. (Véase “El Día”, del 30-5-12).
Sin embargo, al término de la publicación, sí que las cataloga como tales – bobas -, cuando pregunta a los lectores, ¿Por qué, finalmente, pierde usted su tiempo leyendo estas preguntas tontas? Y ahí, como es obvio, sí creemos que quedó expuesto su juicio concluyente, aunque también se advierte cierta contradicción.
Es por lo que, con todo el respeto que nos merece esa persona, le reiteramos nuestra opinión, en el sentido de que, ¡las preguntas tontas no existen! Primero, porque es muy difícil que una persona con esa condición pueda hacer cuestionamientos de ningún tipo.
Y, si es que en realidad se atreve a formular algo que se pueda considerar con tal, lo que podría decir es un disparate, acorde siempre con su disminuida capacidad pensante, no más; como, del escaso entendimiento e inteligencia que le caracteriza. Es gente que por lo regular actúa, sin discernimiento, ni reflexión alguna. ¿Qué se puede esperar?
Segundo, tomándoles a manera de ejemplo, específico en este caso, debido a que, una gran parte de esas mismas inquietudes que él pública, sino es que todas, y cada una en particular, tiene su respuesta apropiada que ofrecer, que bien se puede catalogar como lógica, sin temor. Claro, ¡no todo el mundo podría hacerlo!
Le reiteramos nuestro respeto, don Rafael.
Rolando Fernández
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