Según nuestra poca experiencia de lector, intentando siempre ser agudo, escudriñador, inquisidor etc., procurando descartar verdades convencionales, de esas que tienden a ser más vastos los velos de la ignorancia funesta, en que se desenvuelve una gran parte de la gente hoy en día, con frecuencia advertimos, que los autores connotados y los tratadistas que abordan temas de carácter variado y científico, incluyendo aquellos que contienen hipótesis con un alto porcentaje de comprobación, se cuidan mucho de emitir criterios o hacer aseveraciones dentro de un marco enteramente absolutista.
Los mismos siempre tratan de dejar un pequeño margen, de error conceptual o interpretativo, en todo cuanto plantean y afirman, por sólida edificación que tengan al respecto, permitiendo así el acceso a las probables concepciones diferentes de los lectores, y reconociendo que la mente humana se puede deslizar en ocasiones por caminos no del todo ciertos, en términos de aprehensión de la verdad absoluta, por sus limitaciones innegables, factores esos que pueden inducir a la adopción de criterios errados, por más convincentes que parezcan ser los resultados logrados, en torno a las cosas analizadas o investigadas.
En ese tenor, y con todo el respeto que nos merece el psicólogo Juan Antonio Barrera, nosotros creemos que resulta un poco arriesgado el emitir juicios cerrados, más aun, cuando son negativos, sobre frases o máximas pueblerinas de antaño, la mayoría de las cuales, según se ha demostrado, envuelven verdades muy difíciles de rebatir, ya que son el producto de experiencias concretas, no de teorías bibliográficas; y que sí se corresponden con ejercicios analíticos y axiomas confirmados, en el orden del comportamiento humano.
Decir que, “La media naranja es un mito y trae consecuencias más negativas que positivas, pues el encontrar una media mitad supone que estamos incompletos y necesitamos de alguien para ser feliz”, luce como un criterio poco sopesado, a nuestro humilde entender; máxime, cuando proviene de un profesional que se supone arduo estudioso del comportamiento humano y sus complejidades, con características que muchas veces no tienen explicación en el contexto de la mente de los hombres.
Esos son aspectos, indiscutiblemente, a considerar con mucha atención, y que guardan cierta similitud con la forma en que opera el organismo humano; que genera pensamientos, respira y digiere los alimentos de manera automática, sin que aún la ciencia haya podido descifrar con certeza, el cómo y por qué, esas actividades fisiológicas se tienen que llevar a cabo con toda perfección y efectividad, para el sostenimiento existencial de las personas.
Hasta los días presentes, sólo se tienen muchas especulaciones sobre el diseño, y funcionabilidad coordinada y precisa, de esa magnifica maquinaria energética-biológica, que denominan cuerpo del hombre. Verbigracia, los intentos por descifrar el llamado genoma humano, y lo que hasta ahora se ha logrado, no obstante los grandes esfuerzos que se han hecho, y la inmensa cantidad de recursos económicos invertidos.
En el ámbito de nuestra ignorancia, nosotros nos atreveríamos a decir que esa frase de “media naranja”, en su acepción inherente a la relación matrimonial, de pareja hombre-mujer, tiene un sentido bastante profundo, y denota una necesidad complementaria entre ambos sexos; el uno para suplir los requerimientos imprescindibles del otro.
Con el perdón de usted, señor Barrera, en nuestra modesta opinión, ningún ser humano sobre la tierra es completo; de algo siempre se adolece; y, cuando se encuentra a esa persona compañera que complementa, es cuando nace el verdadero amor hacia el consorte de que se trate; el amor de sentimiento incondicional, donde lo que menos importa ya es la satisfacción de las apetencias sexuales, aun sea como medio de intercambio vibratorio o energético, que es la mayor finalidad del acto, amén de la procreación obviamente, según los entendidos.
A nosotros, particularmente, nos gustaría conocer a alguna persona que pueda decir con sinceridad absoluta, que es autosuficiente; tanto en términos de la satisfacción de todas sus necesidades físicas, como de orden emocional.
Por otra parte, eso de que “cada persona es única en sus elecciones y cada pareja en general también decide a qué tipo de pareja desea unirse”, según dice el citado profesional de la psicología, tampoco creemos que siempre sea así. Esa elección, normalmente, se parece mucho a aquellas cosas que ocurren a las personas sin saber la razón; o cuando se sienten atadas a determinadas situaciones, las cuales les resulta difícil de cambiar, por más intentos que se hagan.
Se dan muchísimas relaciones de pareja que están destinadas o predispuestas. Claro está, eso obedece a razones poderosas de índole mayor, que no creemos que sean del dominio de la psicología convencional, aunque probablemente pudiera serlo de aquellos profesionales del área que se han adherido a la “técnica de la regresión”, para indagar y proyectar sobre formas y observancias de comportamientos humanos bajo estudios.
Hay muchas literaturas para rebatir los pareceres expuestos en la reseña periodística a que nos hemos venido refiriendo, y que aparece en el Listín Diario, Sección Clasificados, del 4 de julio del presente año, sobre el particular de que se trata, de los cuales sólo hemos reparado directamente en algunos, por las limitaciones de este medio. Pero, sí nos gustaría hacer alusión al contenido sucinto de un par de menciones bibliográficas, para soportar en parte las opiniones vertidas por nosotros.
Las relaciones de pareja se dan en el marco del Plan Divino prevaleciente, y tienen un propósito espiritual intrínseco; no son casuales, o llanamente se producen por razones egotistas. (“La Vida Impersonal”, autor, Joseph Benner).
Los seres humanos somos de naturaleza tribal, “diseñados energéticamente para vivir juntos, crear juntos, aprender juntos, estar juntos y necesitarnos mutuamente”. (“Anatomía del Espíritu”, autora, Caroline Myss). Es obvio entonces, que la mejor tribu es la biológica, a partir de una relación de pareja.
Otra referencia es, que el asunto de se tipo de relación, también tiene que ser analizado en el contexto de la teoría del anima y animus, de Sigmund Freud, como arquetipos de imágenes que predominan en hombre (expresión de rasgos femeninos en el hombre; parte femenina en el hombre) y la mujer (expresión de rasgos masculinos en la mujer; parte masculina en la mujer), y que pueden incidir de manera directa en cualquier relación de pareja que se forme.
Finalmente, en un ensayo de carácter científico sobre la fidelidad en la relación de pareja, que aparece reseñado en el periódico The New York Times, de fecha 22 de mayo del 2010, se especula que, “el nivel de compromiso hacia la relación puede depender de la medida en que un cónyuge le da realce a su vida y amplía sus horizontes”. Dice que es un concepto llamado “autoexpansión”, por Arthur Aron, psicólogo investigador del tema de relaciones, en la Universidad Stony Brook.
Además, se señala en el trabajo, que la calidad en las relaciones de pareja, se procura medir a través de las respuestas a una serie de preguntas, entre las que se destacan, “¿Qué tanto es su pareja una fuente de experiencias emocionantes? ¿En qué medida el conocer a su pareja lo ha hecho a usted una mejor persona? ¿Qué tanto ve a su pareja como una forma de ampliar sus propias capacidades?”
Como se puede advertir, a partir del referido ensayo, la misma fidelidad, puede estar determinada en función de la satisfacción de los compromisos complementarios asumidos.
Vemos, por tanto, que sí debe haber condiciones de aportes suplementarios recíprocos en toda relación; algo que se desprende también del contenido de las preguntas evaluatorias señaladas, en las que subyacen requerimientos implícitos de diversas índoles.
Por consiguiente, reiteramos que, calificar de mito esa frase de “media naranja”, en la que se deja entrever la necesidad de procurar la otra mitad, para completar una corriente transitoria de vida por parte de los seres humanos, nos luce un tanto alegre; con nuestras excusas, claro está, ante el psicólogo Juan Antonio Barrera; pues no es nuestra disciplina profesional, aunque sí nos consideramos como lector escudriñador nato.
Rolando Fernández
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