A veces hay frases provenientes de connotadas personas, que resultan chocantes para aquellos que han tenido la disposición y la oportunidad de escudriñar un poco sobre asuntos de carácter espiritual-esotérico, yéndose algo más lejos de lo que las religiones convencionales, a partir de la teología propia, como conocimiento que se retransmite siempre de épocas en épocas, tratan de infundir en las mentes de sus feligreses, sin animarles a la búsqueda de conocimientos más profundos, sobre la verdadera esencia humana, como del real propósito de la Divinidad Suprema, respecto de su Idea Misma de manifestación terrenal, a través de sus Atributos, denominados hombres.
Desempolvando algunas páginas bibliográficas conservadas desde hace un tiempo, nos reencontramos con la frase que encabeza, que se atribuye su autoría a san Cipriano (Epístolas, 73,12), como fórmula de salvación, con significado atribuible de que sólo se logra ésta, a través de las prédicas en ese orden, a cargo de la Iglesia de Cristo.
Obviamente, ya hoy con un mayor acopio de informaciones logradas sobre temas espirituales de orden esotérico, y la lectura de obras, por hacer mención de una, como: “Mi Iglesia Duerme”, de Salvador Freixedo S.F., refiriéndose a la apostólica y romana, en la que se incluyen diversos aspectos de consideración relativos a ésta, que todo creyente de la misma debería tratar de conocer, el contenido de la referida frase nos impactó más en esta ocasión, al extremo de procurar descifrarle con mayor agudeza; y por supuesto, procurar escribir algo sobre el análisis concluyente a que pudiéramos arribar.
En la descodificación de la fórmula alusiva a la máxima, hay algunos conceptos fundamentales que se deben tener bien claros; entre ellos, la religiosidad como experiencia de grupo protector, bajo la dirección de las iglesias todas; la espiritualidad en sí, como experiencia individual, y relación directa con lo Divino, en pos de acabar con miedos del mundo físico; y sobre todo, el aspecto más importante que se incluye en la frase teológica: Cristo.
Con respecto a Éste, según los entendidos de muy altas concepciones esotéricas, el mismo significó históricamente hablando, y aún en la actualidad, la Conciencia Magna de Dios Mismo en encarnación terrenal, a través del amado Maestro Jesús, como forma d instruir de manera directa a la humanidad sobre el sendero de evolución que le corresponde recorrer, para regresar de nuevo a su Fuente de origen. No para cargar con los pecados del mundo, como es lo que convencionalmente se proclama y se cree.
Es por ello que, el amado Maestro Jesús siempre dijo: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. (Juan 14-6, Sagrada Biblia). Claro, su afirmación no era refiriéndose a Él, como hombre, sino la Conciencia Suprema que encarnó durante su ministerio que duró tres años (30-33), según se ha escrito.
Cada hombre es un Cristo en potencia; pues ese es el nivel de Conciencia Divina que debe alcanzar. Primero, para hacerse Uno con ese grado de evolución espiritual; y luego, con el Padre Supremo, retornando de manera definitiva a su lugar de origen. Por eso, ¡Él es el único camino!; no hay atajo alguno.
Por consiguiente, luce muy cuesta arriba el supeditar la llamada “salvación de las almas”, sólo a los predicamentos superficiales de la iglesia, como institución obvia, aun se denomine de Cristo, debido a que no siempre se les considera a los mismos estar en real correspondencia con lo que en verdad se debe saber totalmente, ya que la dirección de ese conglomerado está a cargo de hombres con egos personales muy desarrollados, que los gobiernan, como bastante adheridos al mundo de lo físico.
La mejor guía directriz para los hombres sería entonces, “conocerse a sí mismos”; tratar de aquietar su mente, y escuchar con atención la voz silente de la Presencia Divina que mora en su interior. Además, proceder siempre de acuerdo con su verdadera esencia – espiritual -.
Finalmente, si sólo las orientaciones provenientes de la llamada Iglesia de Cristo, son las únicas que proveen salvación, una amplia pregunta obligada sería: ¿y qué ocurrió entonces con todas aquellas almas correspondientes a las personas que habitaron la Tierra antes del Cristo conocido, se perdieron todas?
Es por todo lo expresado que, mueve tanto a inquietud, una frase afirmativa como la señalada, de la autoría, y en voz de una autoridad eclesiástica de renombre – san Cipriano. ¿Por qué decir eso?
La duda constituye el aguijón más poderoso para fortalecer la fe, cuando se logra dejar esa primera sin efecto. ¡Intentar hacerlo, si es que se tiene, resultaría ser lo mejor!
Rolando Fernández
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