La práctica anual aquí, de pretender medir la formación académica lograda por parte de los estudiantes de educación media y secundaria, a través de las llamadas pruebas nacionales, es un procedimiento de evaluación que se viene aplicando regularmente, con el que no se acaba de convencer a nadie sobre su efectividad, por la forma poco sopesada en que se maneja.
Por más cuestionamientos que se le ha hecho, como sugerencias cursadas y recomendaciones, en pos de que se le introduzcan cambios tendentes a la eficientización del modelo, para que esté más a tono con la cultura estudiantil dominicana, y los niveles de deficiencia y limitación con que trabajan algunos centros educativos nacionales, principalmente los del sector público, entendemos que es muy poco lo que se ha procurado hacer.
Se sigue navegando en el mismo río; impartiendo bajo los mismos formatos de aplicación, y corriendo los mismos riesgos de prácticas indebidas, en relación con dichos exámenes; con facilidades de obtener copias de sus ejemplares de forma previa, y estudiar solamente el material incluido, con el concurso y orientación de muchos profesores, que muy bien les remuneran algunos padres de los alumnos. Y, ni siquiera así, un gran porcentaje logra pasarlos; consiguiendo aquellos que los aprueban, calificaciones mínimas. Esperemos los resultados de nuevo, esta vez.
Pero además, lo que pueden cruzar esa barrera rutinaria requisitoria, demuestran su ineptitud y lagunas alarmantes que arrastran, cuando comienzan a cursar estudios a nivel superior, poniendo en evidencia la incapacidad que les afecta para tales propósitos, y denotando que tampoco saben leer, en baja o alta voz, escribir de manera legible y con sentido, como descodificar conceptos, por simples que sean; mucho menos, tener dominio sobre operaciones matemáticas de carácter básico-general, imprescindibles en cualquier área de aprendizaje.
Luego, es evidente entonces, que esas pruebas lo que sí prueban es, la forma ineficiente en que viene operando el sistema educativo básico nacional, en sus respectivos grados, con repercusiones marcadas a nivel de los estudios superiores que se cursan después; como el cumplimiento a medias de los programas correspondientes a las asignaturas-base que se deben impartir, y una inadecuada supervisión por parte de las autoridades competentes.
Eso, es lo que dice la mayoría de los bachilleres egresados de escuelas y colegios anualmente en el país, lo cual no es limitativo al sector público de la educación nacional, sino que abarca también a un amplio segmento del área privada, sólo comercializada en gran medida. Y, ahora, estamos hablando de educación virtual; ¡que sueño más hermoso!
En ocasión del denominado “Día del Maestro”, que debería ser del Profesor, por la presente circunstancias, coincidiendo con las pruebas nacionales que se vienen impartiendo actualmente, cabe hacer referencia a una publicación que hace el periódico “Listín Diario”, de fecha 29-06-2010, contentiva de un loable y romántico mensaje, con relación a la enseñanza y sus principales actores, maestros y maestras, tal como los definen en ésa.
Decimos “romántico mensaje”, porque incluye todo lo que debe ser en el ámbito académico. Pero, ocurre que, “del dicho al hecho, hay mucho trecho”, tal cual reza un refrán popular; y, como no hay duda, se verifica en nuestra Nación.
Indudablemente, esa es una de las labores más meritorias, cuando se lleva a cabo con abnegación y el desinterés mercurial debido, en favor de todos nuestros hermanos congéneres, en necesidad de aprender. Muy bello ese pensamiento incluido en el trabajo de prensa, “Enseñar es un acto de amor y quien educa inculca destrezas, conocimientos, valores”. Una gran verdad.
Ahora, a manera de colofón, deseamos transcribir finalmente, las palabras de una docta dama docente, la señora Francisca Ramírez, con 54 años de ejercicio en el sacerdocio, que sería la mejor forma de llamar esas labores, contenidas en la reseña periodística señalada anteriormente, por la alta significación de lo que a través de las mismas, élla manifiesta y recomienda; obviamente, a partir de su experiencia.
“Ser maestro y profesor no es lo mismo. Para ser maestro hay que sentirlo, hacerlo de una manera desinteresada. Profesor puede ser cualquiera. Maestro se nace, profesor se hace”.
Por otro lado, esta distinguida maestra, exhorta a los demás de su clase, diciéndoles, en la conmemoración de su día, “Creo que es necesario volver hacer énfasis en la formación ciudadana y patriótica, retomar la cartilla de moral y cívica para que se logre inculcarles los valores esenciales a los futuros ciudadanos y así garantizar disciplina y orden social”.
Reparemos, todos los llamados a servir de una forma u otra, en la actividad docente, sobre esas valiosas expresiones de doña Francisca; principalmente, en las primeras.
El autor es profesor en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
Rolando Fernández
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