Las “miembras” entre nosotros, parecen estar muy “quilladas”, producto de lo que ellas entienden, la utilización aceptada en parte, de un lenguaje sexista – “aquel que desprecia o discrimina a las personas por su sexo”, según el diccionario -, que excluye el uso de determinados términos que quieren izar al igual que banderas, las representantes de la corriente feminista moderna, como una forma de las mujeres dejarse sentir, y demostrar que ellas, ¡sí existen!
¡Qué criterio más cuestionable!, con tantos factores atribuibles, a través de los cuales pueden las damas demostrar, no solo que existen como tales, sino destacarse en gran medida. Claro, las que en verdad son mujere, no mujeres, las del montón
Ellas, bien pueden poner en evidencia, por las condiciones ostentadas, y sus procederes “aquilatables” socialmente, dentro de su entorno habitable, que en realidad constituyen el ser más importante que habita sobre el planeta Tierra, sin tener que exigir el uso de vocablos que se entiendan de rigor con relación a las mismas, y bajo un esquema mental distorsionante, “en pos de que no se les haga invisibles”.
Pero además, se reporta como absurdo, el que no hacerlo de la manera en que se pretende, sea considerado como una forma de violencia en su contra; pues se entiende que, a través de un lenguaje no apropiado, de acuerdo con su opinión, se les excluye, minimiza, y hasta se les subestima; que son de las cosas con las que hay que romper, a pesar de los dictados o normas emanados de la Real Academia de Lengua. ¡Bueno!
Sin temor a equivoco, esas se pueden estimar como concepciones erróneas, ilógica, casi por completo. Lo que esa gente disponga, que no sabe de eso, en apreciación de esas “mujere”, tiene sin cuidado a muchas de aquellas “iluminadas”, según se externa. Hay que seguir hablando de “miembra” y “presidenta”, por ejemplo. Ese parece ser su claro pensar.
En ese sentido, lo más lamentable es que, tales propósitos, sin fundamentos reales bases, en el marco de lo exclusivamente racional, provengan de personas que se suponen bastante letradas, y con amplia capacidad de investigación; que en vez de intentar alienar y tratar de confundir, lo que más deberían hacer fuera, procurar concienciar a las que menos oportunidades de leer han tenido, sobre la verdadera esencia de la mujer, y su misión sobre el planeta Tierra.
Y, estar dejándose de ocupar su atención con cosas tan baladíes, como esas de que se les denomine “miembra o miembro”. Eso, en realidad no es trascendente, ni son términos que tengan que ver con sexo alguno.
Miembro, simplemente, es uno de los integrantes de algo, o de un grupo, y se acabó. No importa sea hombre o mujer. Muy lamentable su caso. Pero, ellas lo que quieren es imponer lo que no se debe, en su afán de competencia frontal respecto al sexo opuesto.
En estos días, ha estado hablándose en algunos medios de comunicación sobre el tema, con la participación de personas autorizadas, conocedoras de la lengua castellana – de la que muy mal hacemos uso aquí -, en el sentido de sus reglas, fundamentos, y la etimología propia de algunos vocablos, cuya aplicación impropia quieren imponer en el presente las representantes del feminismo a ultranza alienante, a partir de la mal llamada liberación a que tanto se aspira.
Y, como era de esperarse, los juicios correctivos externados por aquellos, han causado cierto escozor en la delicada piel de las que defienden a toda voz la equivocada corriente de que se trata. Como se ha podido apreciar en las páginas de algunos periódicos locales, ya han comenzado a expresarse públicamente. ¡Se están “rascando”!
Más sin embargo, en lo que no reparan con agudeza esas “miembras”, cabezas del movimiento feminista moderno, es en el incremento, cada vez más in crescendo, de los llamados femenicidios, por asociación y comodidad, tanto en nuestro país, como en otras latitudes, según las reseñas que viene haciendo la prensa local.
Nada más, todo se queda en denuncias, lamentos y promesas de las autoridades judiciales del país. Pero, de enmendar, ¡no hay nada! ¿Por qué? Debido a que no se quiere profundizar en las verdaderas causas depreciables del flagelo, ¡y que tiene que ver muy en parte!, con las pretensiones feministas actuales; como el uso de sustancias prohibidas; y, hasta con factores de carácter sectario-satánico. También, con las lenidades mismas que se estilan en el orden de los castigos, y las prevenciones pertinentes.
En esas circunstancias, sí que deberían aportar las “miembras” letradas. Serían las más llamadas a hacerlo. Investigar y admitir los porqués verdaderos de las tantas mujeres que resultan muertas en la actualidad, bajo las diferentes modalidades de estilo.
Adicionalmente, las que son víctimas de la calificada violencia intrafamiliar. ¿Qué es lo que está ocurriendo en esos órdenes, haciendo honor a la verdad, y no a las sandeces ordinarias que de común se alegan?
¡Háganse eso mejor, para contribuir a acabar con esa desgracia! ¡Dejen lo de “miembra” o miembro para después! Y no es cuestión de machismo o feminismo, sino de la sosegada reflexión obligada, que ya se impone, en torno a ambas temáticas precedentemente citadas.
A propósito de cuanto se ha tratado hasta aquí, valdría la pena transcribir, finalmente, para consumo exclusivo de las “feministas al ultranza”, un fragmento relacionado con la temática, extraído de uno de los capítulos del libro “La Incógnita del Hombre”, escrito por el doctor Alexis Carrel, médico, biólogo y pensador francés, que unió la materia y el espíritu, según el perfil que se publica de él, para fines de una reflexión sosegada.
“Las diferencias que existen entre el hombre y la mujer no se deben exclusivamente a la forma particular de los órganos genitales, a la presencia del útero, a la gestación o a la educación. Provienen de una causa muy profunda, la impregnación del organismo entero por sustancias químicas, producto de las glándulas sexuales. La ignorancia de estos hechos fundamentales ha conducido a los promotores del feminismo a la idea que los dos sexos pueden tener la misma educación, las mismas ocupaciones, los mismos poderes, e idénticas responsabilidades. En realidad, la mujer difiere profundamente del hombre. Cada una de las células de su cuerpo porta consigo la marca de su sexo. Otro tanto ocurre con sus sistemas orgánicos, y, sobre todo, con su sistema nervioso. Las leyes fisiológicas son tan inexorables como las leyes del mundo sideral. Es imposible sustituir los deseos humanos. Estamos obligados a aceptarlos tales como son. Las mujeres deben desarrollar sus aptitudes en la dirección de su propia naturaleza, sin procurar imitar a los hombres. Su papel en el progreso de la civilización es más elevado que el de aquellos. Hace falta, pues, que no lo abandonen”.
Rolando Fernández
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