Una de las enfermedades mentales de mayor arraigo, para la cual no existe fármaco alguno, es la envidia. Para ella, ningún estudio patológico, en el marco de lo médico convencional, surte efectos positivos.
La envidia es un aguijón de naturaleza egotista, de my alta peligrosidad, debido a las actitudes humanas descabelladas a que puede inducir siempre, en pos de satisfacer deseos de carácter equiparativo latentes, con relación a las tenencias de bienes en los demás; como también, de determinadas características innatas personales. De ordinario, se advierte con frecuencia, entre los miembros descendientes de una misma tribu biológica, o en ciertos segmentos sociales por separados.
Según el diccionario “Larousse”, la envidia se define propiamente como, “Padecimiento de una persona al no tener o conseguir cosas que tiene o consigue otra persona”. O, “Deseo de hacer o tener lo que hace o tiene otra persona”.
Como se podrá notar con facilidad, es una fijación mental, inductora y mortificante a la vez, capaz de incitar a cualquier acción, lícita o no. Siempre se está maquinando, como se dice en el argot popular, pensando en cómo poder alcanzar lo ajeno, que no se tiene.
Evidentemente, la causa fundamental de la envidia tiene que ser hurgada dentro de un contexto muy diferente al científico convencional, aunque de seguro es una particularidad que también se encuentra prescrita en el denominado “genoma humano”, que viene siendo objeto de estudios y investigación por parte de la ciencia; y que, constituye el diseño dispuesto para cada corriente de vida en curso, según lo que espiritualmente se deba manifestar o conquistar, en el plano terrenal.
El gran error de los humanos consiste en, no querer asimilar y aceptar que todos las personas no podemos ser iguales; y, tener las mismas cosas, por las condiciones existenciales presupuestadas de antemano para cada cual, según las distintas corrientes de vida a cursar, en la que se contemplan las características personales apropiadas, según el propósito Divino a expresar, a través de los hombres; como, las deudas kármicas, en el lenguaje esotérico, pendientes de punición o conquistas.
De ahí, la gran dificultad para tratar ese flagelo interno de la envidia, que a tantos corroe; y que, a nuestro humilde parecer, la única forma de conocer su origen y manejarle psicológicamente, es a través del procedimiento alternativo a que acuden algunos profesionales de esa disciplina, que denominan “regresión”, en búsqueda de consecuencias posibles creadas durante pasadas existencias, que puedan incidir y definir la observación de determinados comportamientos presentes.
Claro, que lo pueda conocer el profesional actuante, en esa área del saber, sería de ayuda para orientar y recomendar a los pacientes. Pero, la mejor medicina, como efectiva, sólo la prescribe el afectado mismo; y el nombre que tiene es, “concienciación espiritual” – sobre nuestra verdadera esencia -, para siempre proceder en base a ella.
En la medida en que eso se vaya logrando, iremos estando en capacidad de aceptar y conformarnos con lo que somos y tenemos. Dejáremos de preocuparnos y mortificarnos por los haberes, logros y condiciones características de los demás. Nos conformaremos sólo con lo nuestro. Entenderemos que, no todos podemos ser bien parecidos, ricos y profesionales, con sus derivaciones obvias; sino que, los extremos opuestos totalmente, y los niveles medios en muchos casos, también son necesarios, en términos evolutivos.
¡Reparemos sobre nosotros mismos; no sobre los demás; y, tratemos de vivir el momento presente, único siempre existente!
Rolando Fernández
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