Es una realidad muy lacerante; comprobable a todas luces; muy penosa y preocupante, por lo que de ella se infiere, con respecto a los lúgubres derroteros a que está expuesto este país.
El futuro de toda nación descansa principalmente, de manera casi directa, sobre los hombros de una juventud laboriosa y preocupada por una formación académica óptima, que le permita insertarse oportunamente en el mercado laboral; aportar al desarrollo de su pueblo, a través de la oferta de conocimientos, la sumisión debida, como los sacrificios correspondientes a asumir.
Cuando se tiene la oportunidad aquí, de impartir docencia a nivel superior, y se repara con atención crítica y preocupante sobre el comportamiento que observa la juventud actual, se puede advertir con facilidad cuál podría ser el futuro de esta nación, con las actitudes que ostenta el eventual relevo generacional, que sólo aspira, haciendo gala siempre del menor esfuerzo, y de un escaso sentido de responsabilidad tan alarmante que, rompe en ocasiones con lo racional mínimo.
Los que realmente tienen condiciones para formarse profesionalmente, constituyen la gran excepción. El amplio segmento juvenil restante, bien podría calificarse como simples asistentes a las aulas, de forma impuntual, y cuando se les antoja. Asistir con regularidad no se tiene como preocupación; como tampoco, la puntualidad requerida para estar allí.
El cumplir con las tareas y responsabilidades estudiantiles, se percibe como una opción medalaganaria. Los resultados de las evaluaciones por parte de los profesores importan tan poco que, mientras antes las acciones fallidas en cualquier prueba o examen, compungían o deprimían en grado sumo a los alumnos afectados, al igual que reprobar cualquier asignatura al final de semestre, hoy cuando se presentan situaciones de esa naturaleza, muy común por cierto, se aceptan sin reparo alguno; la chabacanería sigue sin tropiezo, acompañada de la diversión grupal y los tragos sociales. ¡Lamentable eso!, ¿verdad?
Si penoso es observar desde fuera esa cruda realidad, más doloroso aun es vivirla tan de de cerca, como cuando se trata de fungir tal facilitador o instructor, en el seno de las aulas universitarias del país. ¡Es algo deprimente, y hasta irritante!; pues, no se concibe tanta indiferencia e irresponsabilidad. Algunos de esos muchachos lucen como animales irracionales, por más que se trate de aconsejarles u orientarles, al igual que lo hacen algunos padres con los hijos. Es perder el tiempo con ellos.
Aunque luzca cruel decirlo, si en manos de la actual juventud dominicana, que asiste a las aulas universitarias del país, con ligeras excepciones, es que está el futuro de la República, ¡Ojala Dios nos saque con bien!, ya que en verdad las esperanzas son muy pocas; a menos que, las autoridades correspondientes no pongan en marcha un plan de concienciación que resulte efectivo, con el seguimiento debido, como una severa supervisión directa, si es que así se requiere.
Rolando Fernández
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