Cuando uno repara con atención sobre reseñas periodísticas como esa que publica el medio “El Día”, en su edición de fecha 28-enero-2014, página 14, intitulada “Desorden urbano es la antesala Zoológico”, en términos de imagen y contenido, sobre la lúgubre apariencia que se verifica en toda aquella zona, que como bien se señala en el trabajo de referencia sirve de antesala al Parque Zoológico Nacional, la única conclusión a la que necesariamente se tiene que arribar es: ¡este país tocó fondo ya!
Se preguntaría cualquiera, ¿y cómo es posible que, en una nación donde haya real autoridad de mando y respeto ciudadano, situaciones tales se registren en un área de tan significativa importancia para todos aquí, como en ésa de que se trata?
Primero, por reportarse como una zona estratégica para la explotación del negocio turístico nuestro, en el que se sustenta gran parte de la economía nacional: El Parque Zoológico, lugar de visitas obligadas por todos los visitantes extranjeros que anualmente se inclinan por realizar periplos de ese tipo – turismo – con destino hacia estas tierras.
¿Qué imagen se pueden llevar los foráneos transitorios que acuden al país en viajes de placer ocasionalmente? ¿Estarían dispuestos a volver; o, recomendarles a sus amigos y relacionados venir de paseo a esta República, ante experiencias tan desagradables? ¡Difícil!
De otro lado, un lugar que bastante se presta para las enseñanzas a escolares y colegiados que tenemos, sobre las ciencias naturales y sus divisiones: biología, medicina animal, zoología propiamente, geología, etc. Es un sitio hacia el cual todas las entidades de ese tipo – docentes -, deberían hacer excursiones mensuales con carácter obligatorio para dichos fines, instrucción directa a los alumnos.
Sin embargo, los deseos en ese tenor deben ser mínimos, ante aquel espectáculo de asquerosidad, insalubridad obvia, riegos probables, arrabalización y desorden generalizado con que de entrada se recibe a los niños y personas adultas que acuden al Parque Zoológico Nacional.
Según la encargada de relaciones públicas del mismo, Catherine Lockward, “han sido infructuosos los esfuerzos y reclamos hechos al Ayuntamiento del Distrito Nacional, a dirigentes comunitarios y a la Autoridad Metropolitana del Transporte para que acondicionen el entorno y regulen el manejo de los talleres y paradas de autobuses. Eso es una vergüenza ante los 250 mil turistas criollos y extranjeros que nos visitan; cuando estos llegan dicen: por fin…salimos del laberinto”. ¿Para qué decir más?
Conversando sobre el particular con gente que vivió la Época aquella, satanizada hoy hasta más no poder, cuando sí que se argumenta había orden y respeto en el país, el antiguo Zoológico Nacional, ubicado entonces en la Ave. Bolívar de la capital dominicana, lucía un área pulcra, higienizada, cuidada, “supervigilada”, en el marco de todo un ordenado entorno perimetral
¿Y quién se atrevía, ni siquiera a tirar basuras por sus alrededores; y mucho menos, a nivel de las calles internas de aquel lugar de esparcimiento, o diversión para la ciudadanía en general? Sólo que se estuviera aburrido de la vida, como se dice.
Luego, cuando se observan publicaciones como la precitada, las mentes bien conocedoras de la “Era de Trujillo”, tienen que irse hacia atrás en el tiempo, y rememorar comparativamente. Pero, entonces ocurre que, los beneficiarios directos en este país del derrocamiento del “Jefe”, no quieren que se le recuerde en sus loables hazañas, para que en parte, a nadie se le ocurra ponerse a indagar sobre el origen de las fortunas de muchos potentados dominicanos en la actualidad. ¡Cunde el temor!
Más contundentes y aquilatantes aún se tornan las comparaciones de lugar, cuando los alarmantes y deleznables descuidos que hoy se estilan, como la falta de conciencia que denotan las autoridades competentes actuales se establecen con relación a aquel ayer, asociándoles incluso en esta oportunidad con los derroches estatales “dicembreanos” que acaban de observarse, como los eventos de ostentación municipal acaecidos, verbigracia, “Brillante Navidad”, un proyecto del Ayuntamiento del Distrito Nacional (ADN) que recrea una ciudad de luz en miniatura en el Parque Iberoamérica, antiguo Zoológico Nacional”.
Aunque se dice que el fausto espectáculo contó con el patrocinio de algunas empresas nacionales, no hay duda de que el mismo constituyó una burla a la inteligencia de muchos aquí, equiparado todo aquel lujo y esplendor con la gran cantidad de suciezas que en otros sectores adornaban la ciudad capital, embadurnada con basuras y desperdicios, amén de algunos puntos infecciosos de aguas negras por doquier. En la reseña que al efecto se publicara en el medio digital “HOY”, (1-12-13), a la raíz de la alegre inauguración, en que incluye una foto de parte de la concurrencia asistente, cuántas sonrisas demagógicas y burlonas se pueden advertir.
Además, mientras los entornos del actual Parque Zoológico Nacional, están más que arrabalizados, con descuidos, desórdenes e inmundicias a granel, se publicitó con gran despliegue aquel gran despilfarro de recursos económicos, en lujos y ostentaciones, sólo para disfrute durante el período navideño, precisamente donde operaba el Zoológico de ayer. ¡Qué contraste!
Claro, en ese tipo de actuaciones para embaucar más aún a los ciudadanos de la República en el orden politiquero, por parte de algunas autoridades edilicias, por lo regular se estilan las componendas, los negocios envueltos, como las comisiones que se derivan. No hay que dudar que todas esas cosas estuvieran incidiendo en la decisión de aquel montaje burlesco.
Qué podría estar buscando con eso el empresariado actuante, que no fuera procurar aumentar el grado de manipulación mercadológica hacia la población, como el agenciarse decisiones en su favor, emanadas del Ayuntamiento del Distrito Nacional. Evidentemente, el logro de ese propósito último, implica reciprocidades a posteriori.
Es por asuntos como los tratados aquí, que muchos pensantes tienen la concepción ya, ¡de que este pueblo está adormecido!; que los hombres para reclamar reinvidicaciones, y procederes más acordes con la realidad nacional por parte de los desaprensivos políticos que nos gastamos, aquí se acabaron.
¡Esa es una percepción de consenso amplio entre aquellos!, ya traslativa hasta un gran segmento de la población, que se siente desprotegida e impotente; que podría explotar en cualquier momento, con efectos esperados de impredecibles consecuencias.
El autor es un humilde servidor, ¡y nada más!
Rolando Fernández
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