Los animales domésticos, principalmente los perros y los gatos, no importa si tienen pedigree, o son “viralatas”, como de común se les llama a los callejeros, que no encuentren dolientes que los ampare, contribuyen a fortalecer el altruismo que caracteriza a las personas, a través del amor y el cariño que siempre manifiestan a su manera. ¡Eso es indiscutible!
Aunque irracionales, se reportan cada vez fieles y leales, no sólo con sus amos propiamente, sino también con todos aquellos que tratan de ponerles atención, y protegerles además. Normalmente se muestran muy agradecidos.
Con los seres humanos, en cambio ocurre casi por completo lo contario: van apagando lentamente la loable actitud, aunque parezca mentira. De ordinario se dice que son como los gatos, porque se entiende que estos últimos no agradecen, lo cual no es cierto. Sí que los mismos tienen una manera característica y distinta, cuando se les compara con relación a los perros, por ejemplo, de corresponder al trato que se les dispensa.
Lo que hacen las personas con regularidad, es ir matando con sus actitudes de indiferencia e ingratitud, toda inclinación altruista, los deseos de brindar servicios incondicionales y de colaboración en su favor, que requieren con normalidad de algún gesto de agradecimiento “motivante”, aun sea una agradable sonrisa, o la expresión de palabras sentidas, jamás tintadas con visos de sabiduría malsana, o muecas de falsedad.
Esos animales, aun las condiciones ya no lo permitan por alguna circunstancia, el continuar tendiéndoles las manos, sea para alimentarles o acariciarles, nunca olvidan lo antes recibido, y expresan en sus formas el sentimiento de gratitud.
En cualquier momento que sea, mantienen siempre en su olfato el aliento particular de los hombres que son sus amigos, y les aman. Incluso, captan cualquier estado anímico depresivo que les pueda estar afectando, y tratan de darles apoyo emocional, lamiéndoles, moviendo sus colas, y restregándose en sus extremidades inferiores, como una forma de decirles: estamos aquí para dar apoyo.
Lo que se da dentro de la especie humana, cuando alguien deja de recibir por la razón que sea, incluido un posible despertar por parte del dador, para no seguir dejándose coger de tonto, por lo que el receptor de favores ya no se puede seguir aprovechando de uno de sus congéneres, es volverse apático, indiferente e imparcial, y de inmediato se produce un cambio de imagen respecto del que fuera siempre generoso, el que tendía la mano sin ninguna contemplación; pero que, ya no puede, o hizo conciencia de alguna situación anormal vividora, que borró el sentir dadivoso acostumbrado.
Todo se olvida entonces. El que ayer merecía elogios, admiración y un supuesto afecto, de repente se torna lo peor, en objeto de críticas constantes. Duro, agarrado, mal amigo, entre otros calificativos, que en lo adelante se estilarán.
Es por lo expresado que, jamás se debe ser indiferente con los animales, de ese tipo, o de ninguno que sea inofensivo. Siempre hay que servirles con amor y protegerles hasta donde sea posible. No hacerles sentir mal, pues también estos sufren como los seres humanos. Y cualquier maltrato en su contra, reporta luego efectos punitivos, aun muchas personas no lo crean.
Ellos nunca defraudan. Son los hermanos, aunque menores en especie, más fieles y sinceros acompañantes. Contribuyen con el acrecentamiento del altruismo en la gente. Los hombres (general), en cambio, le van haciendo desaparecer como por arte de magia.
Aunque resulte algo atrevido y feo decirlo, los animales agradecen más que muchísima gente. Claro, se debe servir a cualquiera, sin discriminación de especie terrenal, partiendo de que, “Todos somos uno”, como reza una primera verdad sagrada; y que, dondequiera que se tiene vida, ¡hay un fragmento de la Conciencia Suprema, está Dios!
Rolando Fernández
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