Siempre los malos son los otros. Nunca reparamos en los comportamientos de sí mismos, sólo en los que observan nuestros hermanos congéneres. Es la norma común a nivel de lo seres humanos, ver hacia fuera, jamás hacia su propio interior.
En el porqué, cuando nos sentimos no ser tratados como se debe, en nuestra apreciación claro, por lo general no pensamos. Obviamos el que las posibles causas se originen en nosotros, como personas imperfectas que somos; en que seamos quienes provoquemos los tratos que se nos dispensen.
Es muy bueno culpar toda vez a los otros, considerando malo lo que recibimos de ellos. Y, la pregunta que dejamos de lado con bastante frecuencia es, ¿qué hemos hecho para eso merecer?
Probablemente, si en las actitudes propias no adecuadas, o indebidas por completo reparáramos, procederíamos con las enmiendas correspondientes en lo personal, y a la vez contribuyéramos a estimular en esa línea los procederes ajenos similares, dejándonos al mismo tiempo de estar etiquetándonos nada más que como las victimas, los sufridos, o las sufridas.
Evidentemente, de actuar en esa forma, las percepciones con relación a los demás seres humanos comenzarían a cambiar de inmediato. Se advertiría el efecto reciprocidad en los tratos hacia nosotros.
Lo señalado aquí, bien se puede asociar con dos versículos bíblicos muy importantes, que aparecen en S. Mateo 7: 3 y 5, Sagrada Biblia, en los que se lee: “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas a ver la viga que está en tu propio ojo?” “¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano”.
¡Reflexiónese, sosegadamente, sobre lo expresado!
El autor es un humilde servidor, ¡y nada más!
Rolando Fernández
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