Pasado y recuerdos

Muchos son los que dicen que recordar es vivir; pero, a veces es preferible no volver atrás la vista ni los pensamientos, para no sufrir, en vez de vivir.

Los que hemos tenido la oportunidad de impartir docencia a nivel superior, por ejemplo, e interactuar de cerca con los jóvenes del presente, podemos muy bien diferenciar entre el verdadero estudiante de otrora, y los que hoy se tienen, que en su gran mayoría, bien podrían denominarse “busca títulos”, sin preocupaciones evidentes por el logro de una preparación profesional óptima; y mucho menos, ostentación de sentido de responsabilidad alguna, cosas que evidentemente, también se habrán de reflejar mañana, al intentar ejercer

Ayer, ser estudiante universitario dignificaba, y los facilitadores de turno, con las excepciones de siempre claro está, se sentían motivados con sus alumnos, al extremo de hasta fungir como orientadores en el orden de lo personal específicamente; y,  se preocupaban además,   por agenciarles espacio de ejercicio en el ámbito laboral a sus discípulos.

Había total entrega por parte de profesores y alumnos; una relación de camaradería, con el respeto mutuo debido, hasta después del estudiante recibirse como profesional.

Mientras el profesorado creaba los espacios necesarios para impartir todo cuanto fuera requerido, en pos de la mejor preparación para sus pupilos, estos últimos hacían provecho de la mayor cantidad de tiempo permitido por las circunstancias para dedicarlo a sus estudios, prácticas e investigaciones debidas, reciprocando de esa manera la entrega desinteresada de sus mentores.

Era la mejor forma de halagarles; de hacerles sentir bien, en cuanto a su sacrificio, al tiempo de inducirles a mantenerse actualizados profesionalmente hablando, para que pudieran retransmitir de manera oportuna los nuevos conceptos del momento, así como las informaciones sobre las novedades tecnológicas introducidas, en el campo de ejercicio correspondiente.

Recordar aquellos deseos de superación, esperar con ansias  los días de asueto para estudiar; concluir tareas pendientes o realizar reuniones de compañeros para analizar y discutir determinados temas complejos que fueran impartidos,  al igual que la satisfacción del deber cumplido que a uno invadía, aun fuera acompañados de una o dos copas de vino, hoy crea nostalgia y sufrimiento, cuando se advierte la poca dedicación de estos muchachos que el docente hoy trata de preparar adecuadamente para el futuro.

Contrario a lo de ayer, en el presente, la mayor parte de los estudiantes desean la llegada de los días de fiesta, para guardar los apuntes mal asimilados que toman, porque ni siquiera compra un libro de consultas, para dedicase a disfrutar,  tal cual vago cualquiera, que ni estudia ni trabaja.

Los que más, solo se preocupan  por ocupar regularmente una butaca en las aulas; gastan dinero en transporte, y su tiempo, para limitarse a escuchar a los profesores; pero, jamás aprenden nada. Y, lo peor del caso es, que eso no les afecta emocionalmente en absoluto. 

Eso, en adición a las tantas deficiencias básicas que arrastran los bachilleres dominicanos, según revela un estudio hecho por la Real Academia de la Lengua, y publicado con el auspicio  la oficina de Cuba y la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo de la Educación, las Artes y la Ciencia (Unesco), que en su conclusiones, dice Moisés Álvarez, coordinador del mismo, “la situación es preocupante porque demuestra que los bachilleres de la provincia de Santo Domingo y del Distrito Nacional concluyen sus estudios con muchas deficiencias”. (Periódico “El Día”, del 19 de abril en curso, pag. 6).  Mucha atención señores autoridades del ramo.

 En consecuencia, al final de cada ciclo de trabajo, los docentes universitarios preocupados, tenemos una gran disyuntiva, ¿qué hacer con muchos de los que han asistido a las clases? Pues, a pesar de ello, un alto porcentaje no domina ni la mitad de los conocimientos que deben tener con respecto a la asignatura de que se trate; quizás  5 u 8, de una nómina de 40 estudiantes promedio.

Entonces, se debe decidir con los que no están preparados aún, entre promoverles con la calificación mínima o reprobarles.  Promoverles sin estar aptos, es ayudarles, haciéndoles un daño; mientras que, reprobarles a todos, pensando en que por lo menos han asistido, y el tiempo que podrían perder por esa decisión, como que resulta algo penoso.

Cuándo en aquellos tiempos había que lidiar con semejante situación.  De ahí que, recordar la abnegación y  los aprestos estudiantiles del ayer, comparándoles con el desempeño y las actitudes de hoy en el sector, jamás puede ser halagador y vivificante; penoso y desconcertante sí, por la implicaciones del pensar concluyente.

Finalmente, es nuestro deseo dejar en el animo de todas las personas que nos honren con la lectura de este pequeño articulo, la siguiente  inquietud   ¿qué se podrá hacer para que se trate de emular el pasado; cosa que, al uno recordarlo hoy en el espejo  del relevo generacional presente, pueda volver a vivir aquellos momentos llenos de entusiasmo y deseos de superación?

De lograrse algo significativo al respecto, entonces, sí que aplicaría la susodicha máxima popular, en el caso seleccionado propiamente, para asociar la veracidad del mensaje contenido en la misma.

 Rolando Fernández

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